2004-07-28

Desde algún lugar del corazón

Vaquero o beisbolista, nos dice la hermana Julieta, conque sea norteño. ¡Alabado sea Piporro!


Alabanza


Ahora que te inclinas el sombrero para que tu propia luz no te enceguezca.

Ahora que sabemos de tu divinidad me atrevo, yo, la más humilde de tus fieles a entonar esta alabanza en tu nombre, estos pensamientos que parten de mi devoto corazón:

Que tu voz sea bálsamo para mis tristezas, para que así, en los malos momentos no recurra a falsos profetas que en sus cánticos me ofrecen engañosas curas para las penas.

Que no olvide el ritmo que acompasa mis recuerdos de adolescencia:

En aquel tiempo, tú, oh divino aún estabas entre nosotros. Sin valorarlo, yo bailaba sin ton ni son, sin respeto, otros ritmos apócrifos a la usanza de los 80.

Pero hubo señales, la primera sucedió una tarde milagrosa, descansaba yo a la sombra de un palmar cuando un ser asombrerado y brillante apareció entre mis sueños. Decíase enviado tuyo, traía consigo un mensaje de salvación, me vi entre nubes y escuchaba a lo lejos una melodía que provocaba en mí extraños movimientos de cadera y una cara llena de sonrisa.

La segunda señal ocurrió cuando tenía 15 años. Estaba en el patio de la escuela, en la clase de danza, de la nada apareció un hombre guapo, alto del norte, de Tamaulipas para ser precisa, me tomó por el talle y en plena clase me enseñó a bailar al ritmo de la melodía de mis sueños.

Él, encaminó mis pasos.

La tercera señal: En una fiesta, después al termino de una canción cuya letra versa así: éntrele al bailazo y si trae bailadora, agárrela del brazo; me pidió en matrimonio, mis padres se rehusaron. No lo volví a ver y del amor no sé nada. Es por eso que me dedico a ti en cuerpo y alma.
Desde entonces te venero. Puse en mi cabeza la insignia que llevan tus discípulos: el sombrero; a mis caderas ajusté una falda con barbas y grecas. A mis pies unas botas desas altas de agujetas al frente. Así comencé mi servicio.

Pertenezco al ministerio del baile, recuerdo mis primeros taconazos al ritmo de una redova: Monterrey, Monterrey de mis amores... Han sido años de bailar ritmos norteños: mis nobles pies bailando al ritmo del acordeón, del bajo sexto. Mis embotados pies bailando a ritmos de Monterrey, de Tamaulipas de Sonora. Mis pies atormentados mostraron su fe por ti.
Que el recuerdo de tu voz me vuelva santa. Al escucharte mis piernas inventan pasos que traducen tu canto, el tono cantao de tu voz.


Petición


Hoy que me encuentro tan sola te pido el milagro del amor, (¿dónde quedó el tamaulipeco?). Bailaré en penitencia, como ofrenda, como manda, como el primer mandamiento de tu doctrina.
Quiero pedirte, sin ponerte con el sombrero besando la tierra, sin colocarte como a ése tal San Antonio, que me mandes un norteño; que use sombrero, que cante corridos, que baile redovas, que sea atractivo, que tenga una troca, que componga letras que me hagan soñar. Ahí te dejo a tu divino criterio el estado del norte de donde este hombre deba ser. Ahora que si esto es mucho pedir aunque sea un beisbolista te solicito...perdona mi soberbia oh divino...que se haga tu voluntad.


Ofrenda


Ahorita mismo me pongo las botas y una polka de fondo para ofrecerte mi devoción, para mostrarte mi fe. Así sea.

 

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