2004-07-30

Desde el Pluma Blanca

Con muchas ganas de bailar, la hermana Sylvia es sorprendida por una misteriosa aparición.


No tiene la menor importancia


Ese día el Pluma Blanca estaba a reventar. Pisotones, empujones, rozones, gotitas de cerveza en tu ropa o en tu zapato. Como que uno no elegía donde estar sino que la gente te empujaba a una esquina u otra del bar. Unos bailaban por allá, otros se besaban por acá. El Víctor y yo como ni bailamos ni nos besamos quedamos ahí atrapados en la pared esa donde todos han puesto su nombre. No me gusta este lugar, dijo él, dicen que aquí... (el ruido no me dejó oír), ¿se aparece quién?, le pregunté... En eso, tras la barra dos cervezas se asomaban para nosotros. Por fin. El Víctor se fue por la ronda y yo me puse a leer las firmas de todos: aquí estuvo el neto, abril rifa... el benja la tiene muy grande... lo típico, y entonces ahí estaba: Piporro es Dios, decía... y más abajo: Puro taconazo. Me dio como risa, ahí estaba yo como loquita, riéndome. El Víctor me pasaba mi cerveza cuando le dije: ¿ya leíste esto? Piporro es Dios, dije en voz alta y los ojos de Víctor asombrados y la boca de Víctor abierta y el cuerpo de Víctor congelado. Y de pronto, el silencio.

El silencio. El lugar entero se congeló. No había música, no había sorbitos, no había rozones ni empujones. Nada. Yo no sabía ni qué pensar, ¿qué pedo?, me dije. No era una broma de cámara escondida porque, hey, este es el Pluma Blanca. ¿Qué hacer, entonces? Huir, sí, huir. Entonces sentí su mano. Entonces lo miré. Entonces me di cuenta de que era él, sí era él. El Piporro.

El Piporro se apareció en el Pluma Blanca. Y el Piporro es Dios, no hay duda, no señores. Jaló de la barra una botella de Tequila, no sin antes decir que ese no era Tequila. Dos vasitos. Me ahorró las preguntas, me explicó, me dijo. Lo escuché. Que le pidiera lo que sea, ¿lo que sea? Pensé en ochocientastres cosas, una beca del fonca, un carro nuevo, todas sus películas en dvd, un sombrero resistol, unas botas tejanas... pero luego, luego lo tuve muy claro: quiero bailar, le dije, quiero bailar porque yo no sé bailar. Pero qué barbaridad ‘ñorita, me dijo con ese acentito tan suyo, tan rico, tan norteño. Tomamos un sorbito de tequila, se acomodó el sombrero, me alisé la falda,me acercó sus brazos y un bajo sexto y un acordeón comenzaron a sonar. Una redova, un apretoncito y luego todo fue puro taconazo. Y yo bailé, bailé como nunca y mis piernas se movían largas y ligeras y mi espalda era elástica y perfecta y mis caderas ¡se contoneaban! y Piporro, Piporro había hecho el milagro.

No tiene la menor importancia, me dijo, cuando yo le repetí: gracias, gracias, gracias. Y me dio un beso en la frente. Y desapareció. La música volvió a sonar en el Pluma y la gente se volvió a mover en el Pluma y el Víctor me dio por fin mi vaso de cerveza. ¿Qué me decías?, preguntó. Y le dije: que Piporro es Dios, Víctor, que Piporro es Dios.


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